Ring. Rinnnng. Hace un año esperaba a que al otro lado saliera la voz de mi padre, a la que mi voz tiende a parecerse más cada día. Y más o menos se desarrollaba esta conversación
– ¿Diga?
– ¿Mamá? Tú no eres la que cumple años hoy. Di a papá que se ponga.
– Le pillas afeitándose – hablamos del interfecto al que toca felicitar – se va a ir a correr en un momento.
Es una conversación que ha cumplido otro año. Son las ocho de un viernes de invierno y las temperaturas siguen gateando por su colchón helado, se desperezan lentamente hasta que el sol las saca a patadas hacia arriba. Como dije hace un año, los jubilados de la zona están desayunando y desmigando pan en la leche y avisando a la mujer que les prepare la ropa, porque los jubilados españoles tienen a gala no saber prepararse el desayuno y delegar en la esposa las cuestiones de logística, plancha y ropas.
Y con setenta y dos inviernos desde aquel helador día en que mi abuelo tuvo que abrir a pala un camino entre la nieve, hay un jubilado que se queja malhumorado porque ya no corre como cuando tenía veinte años menos. Y se va a trotar hora y cuarto.
¿No es envidiable?
¿Querrías cumplir una pila de años y seguir con energía para salir a correr por las mañanas?